El hechizo del recuerdo (Pedro Esteban García)

        Ese familiar olor que arrastra el viento, que corre raudo por calles y recovecos, ¡es el olor de mi pueblo, de mi casa...! 

      La historia de los pueblos está llena de hechos, nombres y fechas, pero cada persona tiene su particular baúl de los recuerdos que a lo largo de su vida va llenando de diversidad de paisajes, colores, olores y sentimientos, formando con el tiempo una amalgama de cosas de diferentes momentos y de diferentes lugares, que le acompañarán sin peso alguno en la memoria durante el resto de su existencia.

       A veces reconoces con agrado ese olor que te recuerda a la infancia, a la tierra mojada de las calles después de una ligera lluvia, el de las comidas de casa, cuyas recetas heredaron nuestras madres de las suyas y así generación tras generación, o ese aroma que se expandía por las calles, desde aquellos viejos hornos de leña, el del Tío Pepico, el de Vicente y Joaquín, el de los hermanos Urrea, el de la Pelá, …, en los días ya cercanos a la Navidad, echando sin parar por su ardiente boca llandas cubiertas de mantecados, de rollos de creciente o de anís, de cordiales de almendra, de tortas de chicharrones....

      Imágenes de otros tiempos se reflejan con nitidez en la pantalla panorámica de nuestra mente, tras percibir un olor o un ruido que los despierta de su letargo en el archivo infinito de la memoria. A mí, la fachada del edificio de Cruz Roja, me trae al presente la visión de Lázaro y de Paco el Sereno, siempre uniformados y juntos en su puerta, junto al Bar Deportivo, atentos a cualquier necesidad que se les demandare, por algo los nombraron un día de 1.967 “Caballeros de la Carretera” y hasta fueron a Madrid para recibir un homenaje del Real Automóvil Club y salir en la tele.

      Otros recuerdos se agolpan por salir por la puerta de la memoria, el tintineo rítmico del golpe del martillo contra el yunque en la fragua de León; las noches de cine en las terrazas de verano, la del Casablanca, en Lo José, o la de la plaza del Teatro Apolo, con el chambilero en la puerta y sus helados (chambis) puramente artesanales; las tardes de invierno en el Cine Casablanca, hoy supermercado, en primera sesión de programa doble, con Gregorio en la taquilla y aquella señora que, a su puerta, resguardada de la intemperie en un rincón, vendía pipas, algún caramelo y muy poco más, pero que le ayudaba a ir tirando; el gallinero del Teatro-Cine Apolo, cuatro pesetas y media para la entrada y dos reales, los sobrantes del duro que nos habían dado de paga, para un vaso de gaseosa La Casera, ¡que no le faltara gas!, en la cantina que explotaba la Zoila; el olor de la alfalfa recién cortada que vendía el Tío Pepillo, personaje de bigotes blancos, junto a piensos y tabaco en su establecimiento de la calle de Castelar, después fue solo estanco y ahora ya ¡ni eso!; El olor a queroseno, aquel “gas” que vendía Juan Castejón para los hornillos de “torcía” precursores del luego popularizado butano.

      Hay imágenes que perduran, que se mantienen inalterables durante largo tiempo y apenas denotan el paso, a veces lento y a veces rápido, de los años. Hay otras que acostumbrados a ellas apenas les prestamos el mínimo interés, de pronto desaparecen y tampoco les das la mayor importancia, pero con el tiempo notas su inexistencia. Su no presencia hace avivar los recuerdos y añorar aquella imagen perdida y ya irrecuperable, darías cualquier cosa por tener al menos una vieja foto de aquello que ya desapareció. A mí me ocurre con un mosaico de azulejos que, con la efigie en sombra de un hombre a caballo sobre fondo amarillo, anunciaba el Nitrato de Chile, un abono orgánico, ahora no lo sé, pero entonces muy utilizado en los cultivos agrícolas. 

      Este anuncio estaba situado en nuestra popular y céntrica Plaza del Hondo, en la parte superior de un edificio de dos alturas situado donde hoy está el Banco Popular, perdón, Banco de Santander, que el otro ya ha desaparecido, como tantas otras entidades, espacio que, en su planta baja, ocupaban en aquellos años la carnicería de “Los Chuchos” y la barbería de Santiago.

      Todo evoluciona, todo cambia y se reconvierte, todo menos los recuerdos, que siguen vivos y sin mutación, alimentando en movimiento perpetuo la máquina incansable de la nostalgia. (1)

 

Pedro Esteban García


(1)    Artículo publicado el 11/12/2022 en la página de Facebook “Algar Plaza del Hondo”, bajo el epígrafe de “LECTURAS PARA EL DOMINGO”.

Comentarios

  1. Pedro Esteban García es nuestro primer colaborador senior y estamos muy orgullosas de presentaros su primer artículo para nuestra Senior Community. ¡Bienvenido, Pedro!

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