"La generación de cristal no es frágil", de Pepa Mateo

 Nosotros, los mayores o "seniors" como en redes nos nombran tan modernamente, solemos llenarnos la boca y henchir el pecho aseverando cosas como que la música de antaño era mucho mejor que la actual, que el puchero que nosotras cocinábamos era mucho más rico que los paquetes de comida precocinada que calientan nuestros hijos o nietos o que nosotras criábamos sin tanto remilgo. 

Quizá en parte sea cierto, pero debemos ser conscientes de cuánto y en cuántas formas han cambiado el mundo y la forma de vivir en muy pocos años. 

En nuestra generación, quien estudiaba se aseguraba un buen puesto de trabajo que, en la mayoría de ocasiones, era para toda la vida. Quien no lo hacía, encontraba trabajo también y de una manera digna, con más o menos esfuerzos y sacrificios, sacaba adelante a su familia. 

Esta nueva generación es la más preparada de la historia y eso no les garantiza un empleo, menos aún una estabilidad. No pueden independizarse, no pueden comprarse una casita ni montar su propia vida, más aún se les complica formar una familia porque no pueden conciliar el mundo laboral salvaje y precario y una crianza respetuosa y cercana. 

Les llamamos generación de cristal porque han roto el tabú de la salud mental, porque sufren y lo hacen en alta voz, pero... ¿Nos hemos preguntado si esto es necesariamente malo? ¿Somos conscientes de que no tienen sueños porque no les hemos dejado opción a soñar? Ni estudiando ni trabajando ni yéndose al extranjero ni montando su propio negocio: no tienen opciones de futuro estable. 

La mayoría de nuestra generación sí tenía eso: sabía que encontrarían trabajo, comprarían una casa, tendrían sus hijos, les darían estudios, se jubilarían. 

Los jóvenes no cuentan con nada de eso y, con todo en contra, siguen estudiando, aprendiendo, adaptándose a un mundo cambiante, reclamando justicia, luchando contra la violencia machista y los abusos sexuales, creando arte, belleza y dejando su huella, batallando contra el cambio climático, alzando su voz para reclamar sus espacios. 

Y ahora, tras la gran desgracia de Valencia, han demostrado que serán de cristal pero no son frágiles. Han cogido una mochila y se han ido allí, a quitar barro, a mover muebles inservibles, a limpiar y a ayudar a las personas afectadas. Se han ido sin saber dónde iban a dormir, ni a comer, si podrían ducharse o no, ni siquiera si iban a poder cambiarse de ropa. Y han trabajado codo con codo, de manera solidaria, dejando sus propias vidas en pausa para ayudar a personas que no conocen de nada. 

Centenares de jóvenes han acudido a ayudar haciendo trabajos realmente duros, en un entorno muy complicado y que les pasará factura a niveles físico y mental. 

¿De verdad creemos que ellos son de cristal? Quizá deberíamos cambiar nosotros el cristal a través del cual les miramos. 

Pepa Mateo. 

22 de Noviembre de 2024. 

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