MOLINOS DE VIENTO - PARA MOLER TRIGO, PARA SACAR AGUA, de Pedro Esteban García
En el Campo de Cartagena existen, fundamentalmente, dos tipos diferenciados de molinos: los de sacar agua, que son la mayoría, y los de moler, que, si en siglos anteriores eran abundantes, quedaron después reducidos a la mínima expresión, y eso contando entre ellos, tanto a los que se dedicaron a moler cereal como a los dedicados al refino de la sal, explotada en las numerosas salinas que bordearon el Mar Menor, de las que aún quedan en activo las de San Pedro del Pinatar. Cuentan las viejas crónicas que hubo también alguno para picar esparto, pero eso sería puramente testimonial.
Las torres de molino más antiguas que encontramos diseminadas por los
campos, algunas apenas un montón informe de piedras, suelen ser de molienda, lo
que se reconoce por su forma menos cónica y por la mayor amplitud interior, pues
debían acoger dentro la maquinaria para moler los granos y espacio para
manipulación de la molienda, y desde luego por la ausencia de pozo para
extracción de agua a su costado.
En el avance de la tecnología, con los motores de explosión primero y
posteriormente de electricidad, el molino de moler fue el primero en quedarse
fuera de juego, ya que su funcionamiento era bastante complejo y su
mantenimiento más costoso.
Las muelas del molino, dos grandes
piedras redondas de varias toneladas de peso que giraban la de arriba sobre la
de abajo fija, llamadas respectivamente corredera
o volantera y solera, debían ser
periódicamente reparadas en las acanaladuras de su superficie interior para
paliar el desgaste sufrido en la rozadura de la molienda. Los canales
practicados en la superficie de las piedras propiciaban la rotura del grano al
quedar aprisionado éste entre las superficies que quedaban en relieve, mientras
que la harina resultante de la maceración del grano salía al exterior por los
canales de la solera, siendo recogida
en un receptáculo y por medio de un tubo caía al piso de abajo, donde era
envasada en sacos y preparada para su distribución o entregada al agricultor
que había llevado el grano. El molinero, en estos casos, solía quedarse con un
porcentaje de la harina resultante como pago por la molienda.
Tras un tiempo de uso, llegaba un momento
en que ya no eran posibles más reparaciones de las caras internas de las
piedras, dado que las piedras iban perdiendo grosor, debiendo ser sustituidas
por otras. Para eso, la torre del molino tenía en su parte superior, a la
altura de donde estaban situadas las piedras de molienda, un hueco como si de
una ventana se tratara, que, en situación normal, estaba tapiado por un fino
tabique que se quitaba cuando era necesario bajar o subir las piedras, tirando al
suelo las piedras viejas y subiendo con ayuda de la arboladura las nuevas.
El enorme trabajo que suponía la
periódica reparación de las piedras, cuando no su sustitución, además del
mantenimiento y funcionamiento de los aparejos y velamen propios para el
funcionamiento del molino, unido todo ello al poco rendimiento cantidad/hora
del mismo, comparado con los nuevos medios técnicos, dio lugar a que los
molinos de molienda fueran poco a poco quedando fuera de uso, trasladándose las
labores a otros locales más espaciosos y cercanos a las poblaciones. El molino
de sacar agua continuó algún tiempo más en uso por su menor complejidad, coste
de mantenimiento y necesidad de rendimiento hora. Pero solo fue un canto de
cisne, ya que su futuro estaba ya marcado de antemano y era solo cuestión de
prioridades.
Como hecho anecdótico ha quedado la
particularidad del molino del Sapo, cercano a la ermita de San José, en El
Lentiscar, que, siendo construido y habiendo funcionado como molino de moler
cereal, lo vemos en la forma cilíndrica de su torre (la del molino de sacar
agua es más cónica y estrecha), fue posteriormente reconvertido en molino de
sacar agua, como atestigua la balsa situada junto a su base, lo que ha hecho de
este molino algo singular en la historia de los molinos de viento del Campo de
Cartagena.
La imagen adjunta fue tomada en 2002, hoy
solo queda en pie uno de los lados de la torre, un montón informe de piedras y
algún resto de madera carcomido sobre ellas, imagen parecida a la de muchos
otros restos que jalonan nuestros campos, unos restos protegidos como BIC,
aunque eso, a los molinos de los que formaron parte les sirve ya de muy poco.
Molino
del Sapo en una imagen tomada en 2002. Hoy queda solo queda un trozo de torre
y un informe montón de piedras.
(Foto: Caty)
Pedro
Esteban García
Mayo
de 2025
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