LOS ÁRBOLES DE IBERIA, Pedro Esteban García
El pasado10 de Noviembre fui invitado a decir unas palabras al comienzo de la reforestación programada para ese día por el Grupo Scout Alba 601 de El Algar, una jornada de reforestación que cumplía este año su treinta edición, por lo que tuvo una celebración algo especial, con invitación a participar a grupos Scout de otras localidades, así como vecinos en general, y varios reconocimientos a personas que, desde el principio, han estado organizando y colaborando con estas jornadas cuyo trabajo ya se va notando con los manchones verdes sobre lo que eran grises y desnudos roquedales.
Comencé mi
alocución dando las gracias a la organización por invitarme de nuevo a decir
unas palabras en el inicio de este día de reforestación, como ya he hecho en alguna
otra ocasión anterior, recordando que fue en 1997 cuando participé por primera
vez, llegando a plantar un árbol, al que pusimos el nombre de Campillo de
Bayle, escritor costumbrista del siglo XVII y uno de los muchos que han
descrito estos parajes cuando aún tenían intacta su cubierta vegetal.
En segundo lugar, di la enhorabuena por el trabajo que el grupo Scout Alba estaba realizando, ya que, después de 30 años de su inicio, ha cambiado totalmente el entorno en el que estábamos, una labor empezada cuando muchos de los que estaban allí aún no habían nacido. Es una labor aún pequeña, porque el objetivo de devolver a estos parajes la imagen que tuvieron en otro tiempo, es muy grande, pero ya sabemos que para la naturaleza el tiempo es relativo y se mide en parámetros muy amplios de cientos, miles y hasta millones de años.
Y, en
tercer lugar, como no, hablé a los presentes de historia, y lo hice a recurriendo
a los comentarios de los viajeros griegos y romanos de la antigüedad, que
describieron estas tierras del sureste de Iberia cuando aún estaban pobladas
por diferentes tribus ibéricas.
Recordé dos
antiguas historias, trasmitidas durante siglos, que ya se han convertido en mitos
y que muchos tildan de fantasiosas, pero es que los mitos y las leyendas, aunque
nos parezcan irreales, en su origen, siempre suelen tener algo de verdad.
La primera
de las historias, atribuida al geógrafo griego del siglo I a. de C., Estrabón,
nos cuenta que la península Ibérica era en la antigüedad un entorno cubierto de
bosques muy frondosos, tanto que una ardilla podría ir desde los Pirineos hasta
Cádiz saltando de rama en rama y sin necesidad de tocar el suelo.
La segunda,
atribuida entre otros al historiador, también del siglo I a. de C., Diodoro de
Sículo, habla de la riqueza mineral de los montes de Iberia, donde, entre otras
maravillas, era posible contemplar verdaderos ríos de planta.
Con estas
antiguas historias pasa como con el que va de pesca y atrapa un calamar de 25
centímetros, que después de contarlo varias veces a los amigos, el calamar se
ha convertido en un magnífico ejemplar de casi un metro de tamaño.
Lo cierto,
en cuanto a la primera de las historias, es que, aunque no fuera tanta la
cobertura forestal, la mayoría de los montes estaban en la antigüedad cubiertos
de arbolado, que la poca población que vivía cerca utilizaba en su provecho sin
mermarla apenas, lo que se mantuvo hasta casi finales de la Edad Media, pero
llegado el momento de un uso, digamos más industrial, como la época de la
construcción de los grandes barcos de madera en los astilleros de Cartagena, especialmente
durante los siglos XVII y XVIII, o el entibado de galerías mineras y la
alimentación de los hornos de fundición de mineral del siglo XIX y principios
del XX, fueron dejando los montes sin árboles y sin su cobertura natural de
tierra, arrastrada esta por las lluvias al no tener la sujeción arbórea.
En la
segunda historia, cuando en la sierra se producían incendios, naturales o
intencionados, el intenso calor llegaba a derretir los filones de galena
argentífera que estaban a flor de tierra, produciéndose unos hilillos líquidos
al fundirse el plomo y la plata contenida en las rocas de galena.
Y es que la
historia, a veces, hay que interpretarla, pero siempre es interesante conocerla
para evitar en lo posible, y reparar para un futuro, los errores cometidos en
el pasado por nuestros antecesores, tal como se está haciendo con estas
reforestaciones anuales, intentando que estos montes vuelvan a tener la cobertura
vegetal que tuvieron en otros tiempos.
Y yo, por
supuesto, cumplí con la cita plantando mi ejemplar de Tetraclinis Articulata
(Sabina Mora) antes de abandonar aquel lugar de tantos recuerdos vividos.
Pedro Esteban García
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