¿Quién vio a la zorra guardar gallinas?, de Pedro Esteban
El Cabezo Álvarez desde el campanario de la iglesia. 1968
¿QUIEN VIÓ A LA ZORRA GUARDAR GALLINAS?
(Historias algareñas)
Contaba nuestro paisano Manuel Gómez, conocido como “el Sandunga”, mi "narrador de aconteceres” de cabecera, que siendo él un adolescente, trabó amistad con
un vecino, de oficio cabrero, que también tenía junto a su vivienda un pequeño corral de
gallinas a las que cuidaba con esmero.
El cabrero era analfabeto y de mente cerrada, pero tenía gran simpatía por Manuel,
ya que éste le leía a menudo las noticias que el periódico traía sobre la marcha de la
Primera Guerra Mundial, que en esos años del primer cuarto del siglo XX devastaba los
campos de Europa.
Un atardecer tristón y frío de llovizna, bajó el cabrero con su ganado desde los
parajes del Cabezo Álvarez trayendo entre sus brazos, liado en la manta que solía
utilizar para envolver los corderillos nacidos en el monte, un cachorrillo de zorro cuya
madre había sido abatida por un cazador. Al preguntarle un vecino sobre lo que pensaba
hacer con el pequeño zorro, contestó que iba a criarlo junto a los demás animales de su
corral.
A pesar de las advertencias de algunos conocidos de que la idea era contranatural, al
tratarse de un animal salvaje, no desistió el cabrero de su intención, argumentando que
lo cuidaría con el mismo cariño que lo hacía con los demás y que, al ser aún tan
pequeño, no desarrollaría el instinto salvaje de su especie.
El zorrillo se adaptó bien a vivir entre cabras y gallinas, siendo incluso zalamero y
cariñoso con el cabrero, pero, pasado un tiempo, una clara noche de luna algo se le
despertó desde el fondo de su innato instinto salvaje. Moviendo la cola con los ojos
llenos de insólita alegría y con una fiereza desconocida hasta ese momento, saltó sobre
las gallinas, a las que fue degollando hasta quedar todas muertas sobre el suelo del gallinero, sin dar tiempo al cabrero a percibir realmente lo que pasaba tras oír el
alboroto de las gallinas en el corral.
Consumada su sangrienta acción, el zorro, que ya se había convertido en un animal
adulto, saltó la tapia del recinto perdiéndose en el monte cercano, de donde había bajado
en los brazos del ingenuo cabrero.
Al día siguiente, tras la visión de los sangrientos restos de las aves que tanto había
cuidado, el cabrero comprendió el error cometido, porque querer dominar el instinto
cobijado en el fondo del espíritu siempre fue una estúpida quimera.
Pedro Esteban García
Relato ya publicado en la página de Facebook
“Algar Plaza del Hondo” el 4 de Agosto de 2020
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