EL CUARTO REY MAGO O UNA HISTORIA DIFERENTE, Pedro Esteban García.
Según la tradición cristiana tres Reyes Magos de Oriente llegaron a Belén ofreciendo al Niño como regalo oro, incienso y mirra, siguiendo después su camino sin destino ni procedencia. Los aficionados a la historia, y adultos en general, sabemos que este episodio de la tradición cristiana chirría ante un estudio riguroso, pues parece ser que los tres Reyes Magos de Oriente no eran reyes, ni magos, ni llegaron de Oriente y ni siquiera eran tres.
En 2012,
el entonces Papa Benedicto XVI, en un libro sobre la infancia de Jesús, además
de desahuciar al buey y a la mula del Portal de Belén, dijo que los Reyes Magos
de Oriente no venían de tal orientación, sino que más bien eran unos hombres
sabios que llegaron a Belén desde Occidente, ya que procedían de la ciudad de
Tharsis, en el reino de Tartessos, civilización que se pierde en las brumas de
la historia y que correspondería a la parte occidental de la actual Andalucía,
sobre todo las provincias de Cádiz, Sevilla y Huelva.
No sé si el
bueno de Benedicto aportaba en su libro para decir tal cosa un argumentario
histórico sólido, o había en ello algo de inspiración divina, pero decir que
los Reyes Magos eran andaluces, aunque eso de Al-Ándalus vendría después, suena
un poco a guasa. Ya solo falta que vinieran del mismísimo Lepe para completar
el chiste.
La imagen
más antigua que se conoce de los Reyes Magos es un mosaico del siglo VI,
llamado de San Apolinar, que se encuentra en una iglesia de Rávena, en Italia.
Curiosamente, las tres figuras de los Magos que aparecen en esa representación
son de raza blanca. Desconozco si sobre la presencia o no del Rey Mago negro
dijo algo Benedicto.
Sea como
sea a los niños poco les importan esos detalles históricos, y los padres y
abuelos solo miran la cara ilusionada de los pequeñajos.
También se
cuentan en viejos Cronicones otras historias alrededor del nacimiento del Niño
Dios, como la conocida del cuarto Rey Mago, que narra cómo, al día siguiente de
que los Reyes Magos de Oriente visitaran en Belén al niño nacido en un establo,
hijo de María y de José el carpintero, otro solitario personaje llegó buscando
al mismo niño recién nacido.
Este nuevo
personaje respondía al nombre de Algarabár y procedía de la tierra de los
Mastienos, gentes herederas del saber del legendario reino de La Atlántida que
vivían junto a la laguna de Palus, en la Iberia, al occidente del Mare Nostrum.
Parece ser que inició su viaje en compañía de otros tres personajes procedentes
del otro confín del reino de Tartessos.
Para llegar
hasta Belén comenzaron un largo y peligroso viaje a lomos de sus briosos
caballos de raza ibérica, recorriendo los extensos y desérticos territorios de
la Libia y Egipto. En sus alforjas llevaban preciados regalos para aquel niño
cuyo nacimiento había sido anunciado por los astros, oricalco de las minas de
Tharsis, plata extraída de las entrañas del Cabezo Rajao y dos pequeñas
ánforas, una con aceite del fruto del olivo y otra con mosto fermentado de la
vid. Era la mayor riqueza atesorada por sus paisanos, fruto del laboreo en las
minas y en los campos, el mejor presente posible para el que las profecías
decían que era el hijo de Dios que iluminaría el mundo.
Habiendo
perdido su regalo, Algarabár compró a aquellos pastores, para obsequiar al
niño, una cesta de carbón hecho con la madera de un viejo olivo, al ver José
aquel presente exclamó:
–“¡Qué regalo más valioso! Voy a encenderlo deprisa
porque mi niño en su cuna tiritando está”.
Nada más se
cuenta de aquel personaje llamado Algarabár, del que no se sabe si era Rey,
Mago o Sabio, o, tal vez, que ni siquiera lo contado ocurriera alguna vez, lo
único seguro es que, de serlo, no llegó de Oriente sino desde Occidente. Esta
es, verdad o ficción, simplemente, una historia distinta.
Pedro Esteban
García
Publicado en
Facebook el 07/01/2023.
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