RECUERDOS ESCOLARES, de Pedro Esteban García


      Cuando ya se tiene cierta edad, son muchos los recuerdos y vivencias que en un momento dado nos vuelven a la mente por una u otra circunstancia. Es lo que me pasa estos días que he estado referenciando y publicando antiguas fotografías escolares en mi página de Facebook “Algar Plaza del Hondo”, por lo que aprovecho y os cuento algunos de esos recuerdos de infancia.

    En la escuela de don Felipe, todas las mañanas comenzábamos las clases con la lectura de “El Quijote”. Era una edición escolar de la Editorial Luis Vives de 1953, resumida, hasta en el título, de la obra de Miguel de Cervantes “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha”. La obra original fue publicada en 1605 pero, esta edición escolar estaba adaptada al lenguaje actual para que fuera más comprensible para nuestra mentalidad infantil.



     Al final de cada capítulo tenía explicaciones sobre gramática y ejercicios para realizar en clase después de la lectura. Todos los alumnos teníamos nuestro “Quijote”. El mío hace años que se perdió, pero la nostalgia me hizo no hace mucho tiempo hacerme con otro ejemplar de la época en un portal de coleccionismo.

     A golpe pausado de palmeta dado por el maestro sobre la mesa, situada bajo la foto de aquel personaje con uniforme caqui y fajín rojo con borlas que conocíamos como “El Generalísimo”, presente entonces en todos los espacios de edificios oficiales, íbamos leyendo unos párrafos. A cada golpe se sentaba el que leía y se levantaba el siguiente, por orden de situación en la clase, continuando con los siguientes párrafos.

     El día que llegábamos al final del libro, lo que ocurría cada poco tiempo, “…el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió”, automáticamente volvíamos a comenzar por la primera página, “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”.

     Así un día tras otro durante todo el curso. Mientras tanto, don Felipe García, nuestro maestro, parecía absorto en la lectura del periódico del día, como si pasara de nosotros, pero al menor atranque o equivocación por nuestra parte, levantaba los ojos por encima de las gafas fijando su mirada inquisitoria sobre el lector de turno, suficiente para intentar enmendar lo erróneamente leído y no sufrir sobre nuestras infantiles carnes aquel improperio de “¡pero pedazo de cacho de trozo…!”, que no te hacía daño físico, pero ¡asustaba que te cagas!

     Alguna que otra vez, dentro de la rutina diaria, surgía algún episodio que se salía de lo ordinario, como cuando uno de los alumnos, llamado Salvador, durante los minutos que don Felipe salió de la clase para hacer una consulta con don Tomás, el maestro de al lado, trepó a lo alto de la columna de hierro que, en mitad del aula, sostenía el piso superior.

     La vuelta de don Felipe sorprendió todavía arriba a Salvador, por lo que le dijo que bajara mientras, al mismo tiempo, echaba mano de aquella palmeta de madera oscura que siempre tenía a mano sobre la mesa y se situaba junto a la columna, ni qué decir tiene que Salvador aguantó en lo alto hasta que ya no pudo aguantar más.

     Estábamos en otra ocasión, allá por 1965, haciendo problemas de cálculo y don Felipe nos puso un problema de aritmética. Consistía el asunto en calcular cuántos años faltaban para que llegase el año 2000.

     Para aquellos niños que éramos, de apenas 10 años, la cifra resultante de la operación de resta nos parecía algo fabuloso, ¡35 años!, más de tres veces lo que ya teníamos de vida. Más de ciencia ficción aún nos parecía esa cifra tan redonda del año 2000, que, dada la lentitud del paso del tiempo a tan temprana edad, nos parecía algo imposible que no llegaría jamás.

     ¡Y vaya si llegamos! Ahora, cuando ya hemos sobrepasado holgadamente el 2025, nos parece que los 60 años transcurridos desde entonces, sobre todo los últimos, han pasado en un suspiro, pero el tiempo tiene acelerador y no freno ni marcha atrás.

     A estas alturas lo de felicitar la Navidad y el Año Nuevo se ha convertido en mera rutina, cosa que hacemos con gusto, aunque pensemos que la última vez que lo hicimos fuera ayer mismo.

                                                       

                                                                                                  Pedro Esteban García

                                                                                                  Marzo de 2025

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